sábado, 17 de octubre de 2009

Chufa cha, chufa che... y patitas a la calle, me quedé.

Cómo describir esta bronca, esta jugarreta que me hicieron, la verdad que sólo tengo el teclado y la furia que llevo dentro para expresarlo. Cómo sonreír después de todo, si ni siquiera puedo esbozar una sonrisa al saber que ya no estoy ahí, para recibir a las mejores vecinas que una puede tener, todas chismosas ellas (bueno, sólo se rescatan un par).
Hace aproximadamente un mes que me uní al club del desempleo; parece que todo fue planeado. y todo comienza conmigo, con mi cara matinal de toor, con mi poca predisposición para atender un local. Fui yo la responsable ¿de mi despido?. Bueno, eso parece. O eso me hicieron ver.
Todo se da por una razón, y esa razón comenzó con mi patética forma de fingir que todo estaba bien. Estuvo bien hasta un cierto punto, hasta que ya no pude aguantar más. Y sí, me dejé influenciar por el ecosistema que me rodea, y todas sus pálidas cotidianas. No separé las cosas, y ahora estoy así, en un punto crítico de mi vida, en el que se me presenta una oportunidad de cambio, y que a veces me corre el temor de no saber aprovecharla correctamente.
¿Esto es lo que debo hacer? Una pregunta que me pasa por la cabeza, al ritmo que pasan los trenes en Once, va y viene, va y viene. Me gustaría congelar ese tiempo, para poder analizar delicadamente las partes.
Hoy me tengo a mí, y nadie más que a mí, para llevarlo a cabo. Para abrir una puerta, y no perder la llave. Para consumar una idea de progreso, que aquí no puedo hacer. Para no perder la cabeza, ni perderme, entre la vorágine, los cambios, la soledad de una nueva vida y la alegría de poder vivirla, al fin...